Somos lo que hay
Escrito por José Luis Ortega Torres el 8/25/10 • En la Categoría Mad Mex
Por José Luis Ortega Torres
Desde la aparición de Cronos, de Guillermo del Toro, ninguna película mexicana del género fantástico había causado tanta expectación como Somos lo que hay, debut en la dirección de largometraje de Jorge Michel Grau, que desde su sorpresiva aparición en la Quincena de Realizadores del Festival de Cannes el pasado 15 de mayo —donde optó por la Cámara de Oro a Mejor Ópera Prima— y hasta la fecha, lleva un importante recorrido internacional en festivales de prestigio como el FantAsia de Montreal, Sitges, Nueva York, L’Etrange en París, FrightFest en Londres y otros, donde ya ha cosechado importantes premios.
No cabe duda de que hay proyectos que nacen con buen estrella y este es uno de ellos. El propio Michel Grau ha explicado que surge del concurso de producción de óperas primas del CCC, donde él imparte cátedra y cuenta también que la génesis del proyecto es un tanto fortuita, pues su primera intención fue hacerse de los derechos de una novela que finalmente le negaron, por lo que la necesidad de encontrar un texto base para convertirlo en guión lo llevó a reinventar un cuento escrito por él en sus años de estudiante sobre una familia convertida en caníbales tras sobrevivir a un holocausto. Lo interesante del caso es que al director, amante del cine de terror, no le importó tanto la cuestión morbosa del tema como la parte medular de la historia: la descomposición familiar.
Esa es la clave de Somos lo que hay: hablar de un tema social propio del melodrama arrabalero mexicano, pero bajo las premisas del género de terror, respetando en todo momento sus constantes. Una familia promedio (papá, mamá, dos hijos varones y una chica adolescentes) se ve desamparada al morir el padre de manera repentina, la madre entra en crisis y los hijos deben de hacerse cargo de sacar adelante a la familia. Eso le ha pasado a cientos de familias, es una premisa argumental básica, pero real, y a partir de ese enunciado Michel Grau desarrollará una historia donde la familia viaja directamente al abismo de la autodestrucción por no saber como integrarse a los roles correspondientes, sobre todo el típico estándar de la familia mexicana: el hombre mayor —el consabido “hombre de la casa“— debe ser proveedor de los bienes con los que la familia tiene que subsistir, principalmente su alimento. Relojero por oficio, la actividad básica del desaparecido padre ha sido otra, la del cazador en busca de presas, porque la dieta de la familia es también peculiar: son un clan caníbal.
Los elementos complementarios están servidos, por un lado la parte de melodrama que amarra al relato a un mundo de realidad palpable cuyas circunstancias son de lo más identificables por parte de los espectadores: tianguis, recorridos en el metro o destartalados camiones; fajes clandestinos y recorridos nocturnos donde las prostitutas de banqueta son la atracción principal y, por el otro lado, la irrupción paulatina del elemento fantástico que da el contexto de terror: la familia se alimenta de carne humana y con ella crea un ritual de supervivencia que con la muerte del padre se ve en peligro de interrumpirse, lo que con ello traerá la amenaza de extinción del clan.
La irrupción de ese elemento perturbador no sólo del estatus de “normalidad” al interior de una familia media, sino de todo un tabú social, le brinda a Michel Grau la oportunidad de hacer una reflexión sobre la desintegración del núcleo por antonomasia de la sociedad y cómo es que se crea un efecto dominó a distintas instancias de personalidad de cada uno de los miembros. Julián es violento e impulsivo y su hermano Alfredo taciturno y algo pusilánime, por lo que la decisión de que siendo el primogénito debe entonces dotar de alimento a la familia, parecería errónea. En tanto que Sabina, hermosa adolescente que cae abatida por la muerte del padre, se transforma rápidamente en la verdadera rienda de la familia.
El juego de relaciones entre los miembros de la familia está establecido a partir de brotes de violencia y recriminación, para lo cual el director logra crear una atmósfera opresiva en los cerrados espacios de la destartalada casa que habitan, un lupanar sucio, oscuro y desordenado que además de ser la representación gráfica de su estilo de vida, también funciona como la extensión de sus estados de ánimo, y más aún, de su inanidad mental. Pero esa miseria no es exclusiva de esta familia, sino que el realizador la saca de ese núcleo para ponerla en escena como una cara más de la ciudad de México que, no por ser ignorada es inexistente, y que combina perfectamente con el entorno de violencia que se desarrolla, dejándonos en claro que esa sordidez nos está caníbalizando como sociedad.
La película sorprende no sólo por el nivel de reflexión argumental, sino también por cómo el director y también guionista de la cinta construye una historia donde se puede dar el lujo de incluir una parte fundamental de la idiosincrasia del mexicano, un hilarante humor negro bien pensado y mejor colocado en momentos de ruptura que para nada son involuntarios, como tan equivocadamente apunta Carlos Bonfil en su pobre comentario acerca de esta película en su texto Cine mexicano: ¿realmente somos lo que hay? [La Jornada el pasado 21 de marzo], y que incluso alcanza brillantes referencias de actualidad —Nacif, el Gober precioso, el Bicentenario, etc.— que el público mexicano celebra de buen agrado porque son reflejo de los tiempos políticos y sociales que vivimos (como se pudo corroborar en sus presentaciones festivaleras nacionales: Distrital, Guanajuato, el Macabro…) y que en nada afectan en sus pases internacionales, según atestigua el propio Jorge Michel Grau. En ese sentido el título de ésta ópera prima es revelador: en efecto, sí somos lo que hay en esta historia.
La película está construida con una dirección elegante que opta por mantenerse contenida en la mixtura genérica respetando los cánones tanto del melodrama familiar (los enfrentamientos entre la madre y los hijos, la tensión sexual-incestuosa entre Sabina y Julián, la homosexualidad reprimida de Alfredo, etc), pero insertando paulatinamente brotes de terror que elevan la película en ese contexto de manera inesperada (la súbita violencia de la madre contra una prostituta sometida, la frialdad en la ejecución de “sus labores” de la cada vez más desatada Sabina, la coordinada preparación del ritual antropófago entre ésta y Patricia, su madre) evolucionando a cada uno de los personajes a un siguiente nivel donde brotarán sus verdaderas pulsiones homicidas.
Aún así, pese a la sangre de que hace gala Somos lo que hay, es un filme cuya violencia es mayor parte sugerida, lo que da la oportunidad al espectador de interactuar con la historia. De esta manera, planos abiertamente gráficos de manipulación de cuerpos mancillados, se combinan con acciones en espacios off de la mirada del público —detrás de paredes, muebles, personajes cerrando puertas tras de ellos—, donde el sonido ambiental juega un importante papel en la constante evolución del diseño atmósferico, pasando de una simple casa desordenada, a una sucursal del infierno en la cual no hay justicia que valga, más que las reglas del clan que deben de sobrevivir. De ahí que no resulte exagerado que la pareja de judiciales jueguen un papel secundario y sirvan sólo de pretexto, junto con el allanamiento policíaco, para que Alfredo decida cuál es el mejor camino para sobrevivir y reponga, de una manera diferente a la establecida, el ritual de muerte que, paradójicamente, habrá de asegurar la subsistencia de su especie; o se nos haga saber también que la verdadera justicia es la que se pone en juego a nivel de calle, donde los ejecutores de la vieja, pero efectiva, Ley del Talión, son quienes terminan por imponer el orden natural de las cosas, como esas solitarias reinas de la noche que encararán finalmente a Patricia, ya caída en desgracia.
Somos lo que hay es un filme que desde sus primeras exhibiciones públicas en México y el extranjero demostró que está para convertirse en una obra memorable para el cine de género fantástico nacional, y eso se debe a que antes que nada se trata de un trabajo realizado por un director de rigor académico que demuestra su dominio de la técnica, pero también, que posee un background que le lleva a crear no sólo homenajes emotivos y atinados —la secuencia que brinda homenaje a Cronos es para ponerse de pie—, sino también intertextualidades más elaboradas que se convierten en guiños para los cinéfagos de buena memoria que lo mismo pueden reconocer referencias a Sangre caníbal de Claire Denis que a los planos finales de la inolvidable Karen Cooper, dotando con esto a su filme debut no sólo de un esqueleto técnico bien armado, sino también de un espíritu formal que le da una identidad íntegra, lo que a Somos lo que hay pone muy por delante de insípidos remakes recientes de clásicos de la cinematografía de terror mexicana.
Hola
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