16 de noviembre de 2009

temblor

Pasado el temblor subí las escaleras corriendo pues estaba en el baño de abajo orinando. Octavio y mi papá estaban en el cuarto sentados en la cama; Octavio pálido y mi papá aburrido, decía Estás casas no se caen, estuvo duro, pero no se caen. Él salía de viaje a Monterrey a ver una obra, su socio pasaría por nosotros para llevarnos a la escuela. Y lo hizo, pasó. De camino nos sorprendió la secundaria de la esquina derrumbada, casa dañadas, gente sentada en las banquetas con llantos largos e incontrolables; policías tan confundidos que daba pena verles; cientos de sirenas de ambulancia sonando, olor a gas y polvo. Mucho polvo.
Cuando llegamos a la escuela, la prefecta nos dijo con la cara descompuesta Se cayó el colegio. Ahí tomé conciencia de lo que había pasado, nos había llevado la chingada.

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