Mi padre salía muy temprano a solucionar problemas en su trabajo, muchos decía él. Como buen arquitecto sufría las inclemencias de las crisis de la construcción año con año. Así que se cansó y decidió poner un negocio rentable y que no le causará problemas, ninguno decía él. ¿Sabes? su analogía fue sencilla; me gusta comer pero no sé cocinar, me gusta la ropa pero no sé cocer. qué más me gusta se preguntó (seguro pasó días enlistando todo lo que le gustaba) hasta que llegó a las películas... así, como si me gustara un helado - me gustan las peliculas - dijo. En esa época el video club era poco conocido en México, el videocasstte era beta y las caseteras eran unos mamotretos que necesitaban un camión para ser transportadas. Al Pacino era el rey de los robos de banco y mi padre dijo, - un video club.
Meses después era dueño de un boyante negocio de renta de películas. Beta todas ellas. Setenteras la gran mayoría.
Y así, en la mesa, en el auto o en las reuniones familiares no se hablaba de otra cosa más que los próximos estrenos o las grandes películas que difícilmente habían entrado al país. Sin embargo no todo era miel sobre hojuelas, poco tiempo después entró un magnate y se apoderó del mercado. Sí, efectivamente, televisa inundaba la Ciudad de México con los Videovisión (¿los recuerdas?) y tronaba todos los negocios prósperos de renta de video.
Meses después seguía siendo dueño de las mismas cientos de películas pero ahora guardadas dentro cajas atiborradas en la sala de la casa.
Mi niñez estuvo acompañada por una bicicleta vagabundo, un balón de futbol de los pumas, mi hermano y todas las películas de mi papá, incluídas la inmensa colección de terror setentero gringo, desde viernes 13 hasta terror ciego; todo el spaguetti western y los padrinos uno y dos. (Difícil resumir tantas películas en este blog). Al final, mi hermano y yo habíamos visto todo el cine que, alguna vez, alguien rentó.
Crucé un divorcio complicado de mis padres, las películas, las cajas y las caseteras habían desaparecido y la única manera de curarme, de refugiarme del dolor, era... exacto; escondiéndome al velo de la luz del cine. Aprendí a sentir de otra manera, mi frustación y desazón se transformaron en pasiones, mi impotencia y confusión se convirtieron en impulso. Así el cine no sólo me distraía y entretenía, no sólo soñaba con ser elliot y tener un ET guardado en mi armario, sino que aminoraba el dolor, diluía la pena y desaparecía el sufrimiento. Muy rápido caí en conflictos adolescentes que, siempre, de una u otra, estuvieron salvados por una película; desde Érase una vez en América hasta los goonies, pasando por alien y krull.
Cuando me di cuenta, todas mis crisis y alegrías estuvieron enmarcadas por alguna película que descifró mi sentimiento, que deshilvanó mi sensación.
Cada que veo una película quiero repetir esa sensación en la gente, poder brindarle al público esa pasión y euforia que las películas provocan en mí. Cuento historias porque siempre quiero estar en ellas, porque siempre estoy en ellas, en cada uno de mis personajes, soy todos y soy ninguno. Cuento historias para vivir eternamente, por lo menos, en la memoria de "alguien". Seguramente el divorcio y la impotencia que da no ser escuchado por tus padres ahora me catapulta a existir, a estar, a que me vean y me escuchen. Quizás.
Así, hoy, sigo en ese videoclub privado, en esa fábrica de sensaciones y escapismos. Hoy recuerdo la primera vez que mi padre lloró y lo asocio con "el campeón", la primera vez que mi madre bufaba de rabia contra él con "deliberance" y así, mi vida y cada uno de sus momentos está rememorada por una película en especial.
Sé que no es nada "artístico" ni nada "mágico", pero esa, desde todas sus aristas es la razón por la que estoy, ahora, aquí.
mi papá tiene un video. zafra videoteca. lo compró cuando yo tenía nueve años. como andaba todo el día en los pasillos si alguien preguntaba por una película sabía exáctamente en dónde encontrarla. memorizaba las portadas, me saboreaba todas las imágenes. había una película venezolana que se llamaba oriana. en la portada estaba una joven guapa de cabello largo, mirando a la ventana, afuera ella misma con un enamorado. todo en sepia. el color del recuerdo.
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