11 de octubre de 2009

Fotografías parte 1

Sentada, con la cara medio oculta detrás de su tío, posaba para la foto. La música era un estruendoso cocktail de ruídos para ella indescifrables. Era una tradición en la familia tomarse una foto cada que se reunían los hermanos, uno de ellos su abuelo, que, curiosamente, nunca hablaba de sus hermanos.
El abuelo Alberto sólo hablaba de su gato, ese que tenía amarrado con una soga larga para que no huyera; el abuelo Alberto era viudo, su esposa, Ernestina, una mujer robusta pero estremecedoramente hermosa murío a causa del gato; indirectamente ella era la culpable pero ante los ojos de todos el gato era el único responsable. Ernestina se había perforado el muslo derecho con un filoso clavo que salía de la mesa de trabajo de la cocina, al principio, una cortada nada más, con el tiempo, una encrucijada. La herida podrida y olorosa no dejaba de arrojar pus, Ernestina insistía en no ir al médico, Alberto y sus hijos se volvían locos pero ninguno sospechaba que el médico era el amor inconcluso de Ernestina y, sabiamente, prefería evitarlo. Así que, pensando en cómo sanarse, decidió que el gato podía curarla. Si el gato se curaba solo las heridas que el mismo se infringía por qué no podría curarle una a ella. Así, Ernestina se dejó lamer innumerables veces la herida por el gato, horririzados todos intentaron detenerla. Sin embargo, Ernestina murió de una gangrena severa que le inundó hasta los ojos. Por eso el gato permanecía amarrado, para que no pudiera escapar y, si Dios todopoderoso lo decidía, que se le pudriera el cuello gracias al amarre.
El abuelo Alberto era el primero de la derecha en la foto, ella podía ver perfectamente bien su nuca, rasurada y tersa. A ella le gustaba ver las fotos pero odiaba salir en ellas, creía que sus lunares llamarían la atención, no entendía que efectivamente sus lunares llamaban la atención pero para bien; no sólo eran delicados, sino le trazaban en el rostro una ruta de misterio y seguridad. El abuelo Alberto de vez en cuando volteaba de rabillo a buscarla, ella sabía que "tito" se aseguraba de que saliera en la foto. Rogelio, su padre e hijo de Alberto, no estaba en la reunión, un terror insano e ilógico se poderaba de él si había un avión de por medio, así, a más de cuatro mil kilómetros de distancia dejó de asistir a las reuniones anuales de la familia, así, de pronto, dejó de salir en las fotografías familiares. Por eso el abuelo Alberto se cercioraba de que ella saliera completa en la foto y no como las últimas veces; oculta detrás del tío Antonio.

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